Disciplina financiera: ¿decisión personal o condicionamiento material?

 

Artículo escrito por: Guillermo Estefani Monarrez, director de Bina Ormasel, una sociedad tenedora (holding) de acciones de empresas que se dedican a una serie de diversas actividades de negocios comerciales, industriales y de servicios.

 

“El principal problema del inversor – e incluso su peor enemigo – es posiblemente él mismo”, Benjamin Graham.

 

No siempre he entendido cómo funcionan las tarjetas de crédito y estoy seguro que no soy el único.

 

Quiero compartirte una experiencia propia, que te sonará a chisme, pero que contiene lecciones valiosas que he aprendido con el paso del tiempo.

 

Después de estudiar Negocios Internacionales me dediqué varios años a la gestión de proyectos mineros en el norte de México con un grupo canadiense. Considerando mi juventud, sentía que mi carrera iba en ascenso: ganaba bien, cobraba en dólares y lo gastaba casi todo en pesos mexicanos.

 

A principios de los 2010s, con menos de 30 años, decidí pedir la mano de mi prometida. En ese momento, además de trabajar en un proyecto cerca de Guadalajara, había fundado con mi hermano una pequeña firma de ingeniería, y aprovechando ese contrato, queríamos proyectar nuestro modelo de negocios para servir a otros clientes.

 

Como ya lo mencioné, francamente creía que ganaba bien, pero tengo que reconocer que mis expectativas superaban mi solvencia.

 

Me casé frente al Lago de Chapala. Fue una boda pequeña, pero muy bonita, como si fuera un cuento.

 

De luna de miel elegimos varios destinos en Asia, pero entre comida, vestido, la organizadora de la boda, el DJ, los boletos de avión, los gastos de hotel y demás, el presupuesto originalmente proyectado nos quedó corto.

 

Al final recibimos la ayuda de amigos y familiares para solventar algunos de los gastos, y le dimos para adelante.

 

Para la luna de miel pedí alrededor de tres semanas de vacaciones. Volamos primero a Los Ángeles y luego a Hong Kong. Estuvimos ahí un par de días, y mientras abordábamos nuestro vuelo hacia Bali, recibí un correo de mi exjefe o cliente, como lo quieras ver, que decía: “Efectivo de inmediato, terminamos nuestra relación de negocios”. Así sin más.

 

No quiero entrar en detalles de quién tuvo la razón o las causas por las que ocurrió esto, porque con el paso de los años he comprendido los errores que cometí, y como creyente, confío en que Dios siempre tiene un propósito superior a las dificultades que atravesamos.

 

En este punto, comencé a pensar varias cosas. El error más evidente es que debí decir “no” a muchas de las decisiones respecto a la organización de boda, lo cual me hubiera dado mucho margen de maniobra en caso de que surgiera algún imprevisto como este.

 

El comienzo de la debacle

 

Nunca anticipé este golpe financiero, de hecho, esperaba el pago de una quincena para solventar el resto de los gastos de la luna de miel. Dadas las circunstancias, no tuve más remedio que sacar las tarjetas de crédito para financiar casi todos los gastos del resto del viaje.

 

Como era de esperarse, sobrepasé los límites, algo que, en ese entonces, se reflejaba hasta un mes después de hacer los gastos internacionales, acompañado, por supuesto, de costosas multas en forma de comisiones y tasas de interés elevadas.

 

Al volver a Guadalajara el panorama no era mejor: las esperanzas en el emprendimiento con mi hermano se arruinaron, las oportunidades laborales eran escasas en una ciudad muy competida, mi experiencia en minería no era valorada y el costo de vida se volvió un reto para mí. Además, todos estos años había hecho mi red de apoyo y contactos fuera de esa ciudad, y todo esto puso aún más presión en mi matrimonio.

 

Mi ignorancia en torno a las tarjetas de crédito era tal, que incluso hoy, si trato de acordarme, pienso que sentí como si me hubiera pasado un camión por encima, dejándome noqueado y con la vista borrosa.

 

Así que la única opción que tuve en mi naciente matrimonio fue empezar de cero, encharcado con las tarjetas de crédito, créditos personales bancarios y recurriendo a mis padres para buscar algo de ayuda. Ya te imaginarás que esta presión afectó mi matrimonio.

 

Por un tiempo encontré algunas oportunidades de trabajos de minería en el norte, así que tenía que ausentarme de Guadalajara. Esto tampoco ayudó en mi matrimonio ni en mi estabilidad personal.

 

Finalmente encontré un trabajo en Guadalajara en una multinacional electrónica, y aunque hice el esfuerzo de vivir con un presupuesto limitado, cada vez era más consciente de que me tomaría varios años levantarme de este golpe.

 

Para empeorarlo todo, me entró la idea de que podría reponerme rápidamente especulando con “criptomonedas basura” lo cual siempre me tenía malhumorado y perdiendo dinero. A la par, no pude llegar a un acuerdo en mi matrimonio sobre cómo llevar las finanzas de la casa.

 

Sobra decir que mi historial en Buró de Crédito se tornó negativo. Al final tuve que liquidar los créditos mediante una quita. Mi caso de manejo de finanzas personales fue muy grave por mucho tiempo.

 

Muchos otros factores personales entraron en la ecuación, pero para no aburrirte más con este relato, mi matrimonio fracasó porque comencé con el pie izquierdo y no supe tomar decisiones sabias que enderezaran el camino.

 

Los datos son duros y fríos. Las estadísticas de Estados Unidos de 2024 señalan que el 75 por ciento de los divorcios ocurren por la percepción de falta de compromiso de una de las partes, 58 por ciento reportan que hay conflictos excesivos en la relación y 38 por ciento señalan los problemas económicos como la causa.

 

Mi ignorancia sobre el manejo de las tarjetas de crédito y la falta de disciplina financiera para los imprevistos, como la pérdida del trabajo, me llevaron a una espiral que afectó profundamente mi vida personal.

 

Quizás tienes tu propia historia de terror al respecto o conoces a alguien que ha pasado por algo similar. Con esto espero poder comunicarte que el tema no es un juego para mí y que espero que tampoco lo sea para ti.

 

Así que, ya que nos pondremos un poco filosóficos con este tema, te invito a que pensemos en la siguiente pregunta: ¿en verdad es posible desarrollar los hábitos necesarios para tomar decisiones financieras responsables en un mundo que nos condiciona al consumismo y que está diseñado para la gratificación instantánea?

 

En otras palabras, ¿será verdad que la disciplina financiera es una decisión personal, más que una batalla contra la manipulación del exterior?

 

Cuando hablamos de disciplina financiera es común que nos encontremos envueltos en un debate de dos visiones opuestas.

 

El problema es el sistema

 

Por un lado, están los que acusan la manera en que “el sistema está hecho”. Generalmente son personas conscientes de que existen factores externos que influyen en nuestra falta de disciplina.

 

De estos, los más extremistas apoyan la idea de que existe una gran conspiración de ciertos grupos de élite cuyo objetivo es que el resto de las personas seamos esclavos de las deudas y del modelo económico.

 

En esta postura hay un argumento lógico y potente: es verdad que muchos de los mejores y más sofisticados modelos de negocios han sido cuidadosamente diseñados para atender las necesidades de las personas y, al mismo tiempo, impulsar la cultura del consumo.

 

Explicado a manera de analogía, inclinarnos hacia esta postura sería como decir que los mexicanos no tenemos responsabilidad alguna de ocupar el segundo lugar a nivel mundial en obesidad en adultos, sino que todo es culpa de la industria por producir comida chatarra deliciosa e irresistible.

 

Agreguemos otra variable a esta situación condicionante de nuestra disciplina financiera, la revolución del internet, concretamente mediante dos fenómenos fáciles de observar: el comercio electrónico y las redes sociales.

 

Las plataformas de comercio electrónico han generado una conveniencia inimaginable para comprar. Todo lo que desees, casi sin importar dónde vivas, lo tienes al alcance de un clic, sin mayores obstáculos que los emocionales, generando una inmensa cantidad de descargas de hormonas y consolidando un intenso sentimiento de gratificación instantánea cada vez que recibimos y abrimos un paquete (como si la Navidad se extendiera durante todo el año).

 

Por su parte, las redes sociales se han encargado de normalizar la comparación y hasta la envidia por las vidas “perfectas” de los demás, impulsando nuestro deseo por alcanzar los mismos “estándares”. Entonces nos preguntamos “¿por qué esta persona sí puede vivir esa vida y yo no?”, una pregunta peligrosa, ya que puede llevarnos a formular argumentos nocivos no sólo para nuestra solvencia.

 

Otro factor, que es el que traté de explicar en el artículo anterior, es que precisamente las tarjetas de crédito están perfectamente diseñadas para atender de forma casi mágica dos necesidades de primer orden: la conveniencia y la flexibilidad.

 

Desde el punto de vista de los que acusan a los factores externos, somos víctimas de un sistema en el que una cultura de gratificación inmediata extendida por toda nuestra sociedad tiene herramientas como las tarjetas de crédito que nos permiten hacer compras fácilmente, de forma impulsiva e indiscriminada con “dinero de plástico”, pero sin percibir el verdadero costo de las cosas en “dinero en efectivo”.

 

En síntesis, desde esta perspectiva, personas extremadamente capaces diseñan productos adictivos. La publicidad, la cultura de la inmediatez y la presión social nos empujan al consumo impulsivo, lo cual modifica nuestra escala de valores, haciendo que perdamos nuestra humanidad y nos volvamos meros autómatas, consumidores compulsivos, dificultando la disciplina financiera y afectando nuestro carácter.

 

El problema somos nosotros

 

En el otro extremo del debate, siguiendo la analogía planteada con el tema de la obesidad, están los que dicen: “El gordo es gordo porque quiere”.

 

Los defensores de esta posición, en lugar de apuntar hacia supuestos culpables de sus desgracias, abren la palma de la mano y dicen “mejor es enfocarse en lo que está en tus manos”.

 

Los más extremistas defensores de esta postura, cuando experimentan dificultades económicas, sostienen que esto ha ocurrido porque no “le echan ganas”, esto es, porque no han desarrollado los hábitos necesarios para ser solventes y superar las circunstancias de la vida.

 

Así que el problema que se plantea en este lado del debate es que la falta de conciencia de la sociedad acerca de los principios que rigen la dinámica del dinero, junto con un carácter débil e incapaz de seguir “buenas prácticas”, podría explicar por qué tantas personas tienen problemas financieros.

 

Entonces dicen: “nuestros problemas educativos surgen por falta de educación financiera” y “los valores se aprenden en casa”.

 

¿Realidad o percepción?

 

Existe otro punto importante que normalmente no se discute en estos debates y que tiene que ver con las diferencias que hay entre la realidad y la percepción subjetiva de ésta.

 

Esto significa que, dependiendo de nuestro carácter hasta el día de hoy, la mayoría de las veces existe una distancia entre los riesgos objetivos que existen ante una situación y la manera en la que evaluamos los riesgos (si deseas que me extienda un poco más en este tema, házmelo saber en los comentarios de esta publicación).

 

En mi caso concreto, considero que recibí una oportunidad de educación privilegiada, participaba en la toma de decisiones de proyectos que recibían inversiones considerables, manejaba perfectamente mis presupuestos y los controles de gastos para la empresa que atendía, y era muy cuidadoso en lo que mi trabajo se refería, pero me sobreestimaba a mí mismo, por arrogancia e inexperiencia.

 

Consejos prácticos

 

¿Qué me gustaría compartirte después de que le dedicaste una parte de tu valioso tiempo para conocer mi historia? Una serie de consejos prácticos que aprendí en el camino y que, te garantizo, te serán muy útiles para alcanzar y conservar tu salud financiera:

 

  • Ponte como meta diseñar y seguir un presupuesto sencillo en el que, como regla general, cada peso quede asignado a un propósito, incluyendo la generosidad y el ahorro.

 

  • Aprende a decir “no” a todo lo superfluo, para maximizar la experiencia de tus “sí”. Busca agregar un valor real, genuino, auténtico a tu vida.

 

  • Hazte de un margen de seguridad en todas tus decisiones y sé realista para determinar si realmente puedes pagar lo que quieres hacer.

 

  • Establece un colchón financiero o un fondo de emergencias para imprevistos y gastos inesperados para que no tengas que recurrir a deudas.

 

  • Utiliza las tarjetas de crédito con prudencia, solo para lo que realmente puedes pagar. Recuerda que son un medio de pago, no necesariamente de financiamiento.

 

  • Si estás casado, ten conversaciones de dinero con tu pareja regularmente. El matrimonio implica enfrentar muchos retos con prudencia y comunicación, y las finanzas es uno de ellos.

 

  • Proponte cultivar y fortalecer una disciplina financiera, con el mismo compromiso con el que lo harías para conservar la salud de tu propio cuerpo.

 

Escribo este artículo no como terapia, sino como un ejemplo de que no necesitas pasar por situaciones dolorosas como la mía para aprender a manejar el dinero de manera responsable. Creo que es una habilidad que todos deberíamos adquirir, independientemente de nuestra edad o situación económica. La buena noticia es que nunca es demasiado tarde para empezar.

 

Además, me gusta ser vulnerable en este tema para comunicarte que sé muy bien de lo que hablo cuando te digo que las tarjetas de crédito son como un revólver que puede trastocar tu vida para siempre, dependiendo de cómo las uses y cómo te administres, sobre todo si decides usarlas jugando con ellas y exponiéndote a riesgos “al filo de la navaja”.

 

Pero hay una cosa más que me gustaría compartir contigo antes de despedirme, y que creo que cierra muy bien este artículo. Viendo en retrospectiva, nunca me faltaron buenos consejos ni personas que me invitaran a ser prudente en este tema.

 

Yo me creía demasiado inteligente, pero esto nunca me blindó de actuar como un completo necio en este tema. Por eso rescato la frase de Ben Graham al principio del artículo, destacando que muchas veces, la arrogancia y la soberbia es nuestro principal problema.

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