Tarjetas de crédito, ¿un revólver financiero?

 

Artículo escrito por: Guillermo Estefani Monarrez, director de Bina Ormasel, una sociedad tenedora (holding) de acciones de empresas que se dedican a una serie de diversas actividades de negocios comerciales, industriales y de servicios.

 

Hace un par de años tuve el privilegio de visitar el pueblo de mis abuelos maternos en la sierra de Durango después de más de una década, y entre las pláticas y anécdotas me contaron una tragedia.

 

Un niño pequeño tuvo que ser llevado de emergencia a la ciudad de Culiacán en una avioneta porque estuvo jugando con un revólver y accidentalmente se disparó mientras pasaba el tiempo con sus amiguitos.

 

Recuerdo que al escuchar esto me horroricé. Me decían que anécdotas así, desgraciadamente, eran comunes, no solo en lugares como la sierra, sino en todo México. Hay casos en los que las personas tienen armas por varios motivos, tristemente muchas veces por temas de seguridad o protección, lo que da pie a cientos de historias así.

 

Uso esta anécdota porque creo que una tarjeta de crédito se asemeja a un instrumento poderoso y potencialmente peligroso como un revólver. O para decirlo de otra manera, creo que son herramientas que no deberían ser usadas si no cuentas con la madurez emocional y financiera adecuadas.

 

El mismo Warren Buffett ha dicho que “odia las tarjetas de crédito” como usuario, aunque como inversor se beneficia de su gran participación en el capital de Bank of America o American Express, entre otros. A diferencia de Buffett, yo no creo que debamos odiarlas.

 

Si abres tu cartera y ves una tarjeta de crédito, solo imagina que es como tener un revólver debajo de tu almohada. Según la ética, son las acciones de las personas, no los objetos, las que tienen moralidad. Por lo tanto, es crucial que veas las tarjetas de crédito como herramientas que deben manejarse con gran responsabilidad y cuidado.

 

En esta entrega examinaremos cómo funciona este “dinero de plástico” el cuál es muy diferente al dinero en billetes y monedas que tienes en tu cartera y al dinero electrónico que tienes depositado en tu cuenta bancaria. Usaremos un enfoque de “primeros principios” que te permitirá descubrir si este tipo de dinero es adecuado para tu perfil y tu forma de vivir.

 

Aunque en México no hay tantos usuarios de tarjetas de crédito en comparación con países como Estados Unidos, Canadá o Australia, asumiré que su uso es bastante común para poder explicarlas mejor.

 

Las tarjetas de crédito son uno de los productos más populares de nuestra civilización, pero, extrañamente, muchos de sus usuarios no las comprenden muy bien. Como producto son una maravilla, por ejemplo, en cuestión de horas, casi cualquier persona en el mundo puede aprender cómo funciona el pago con una tarjeta de crédito.

 

El producto cubre dos necesidades de primer orden: “conveniencia” y “flexibilidad” que examinaremos a continuación.

 

Las tarjetas de crédito revolucionan la conveniencia en el comercio global

 

La “conveniencia” se refiere a que el usuario percibe fácilmente que una tarjeta le da acceso a un sistema de pagos electrónicos con información similar al de internet, con canales de telecomunicación sostenidos por tres grandes redes independientes a nivel global: Visa, MasterCard y American Express, que están en casi todas partes.

 

Así que, en términos prácticos, una tarjeta se puede ver como un lenguaje comprendido por casi todas las personas en el mundo, especialmente en Occidente y en las zonas turísticas de casi todos los países.

 

Además, con la globalización, casi todas las personas reconocen una tarjeta por su tamaño universal. Saben que los números en ella significan una identificación global y que el sistema de pagos funciona para casi todas las tarjetas. Esto incluye el acceso a cajeros automáticos y la aceptación en una gran cantidad de comercios en las principales ciudades del mundo.

 

En México, por ejemplo, la adopción se aceleró de forma impresionante con la pandemia. El sistema se ha vuelto tan común, que la “conveniencia” pasa prácticamente desapercibida a medida que usamos la tarjeta.

 

Científicamente se sabe que al ser humano le causa mucha felicidad ser incluido en las actividades cotidianas, y en cuanto a las tarjetas, esto ocurre especialmente en culturas o ciudades en donde la mayoría de los comercios han adoptado este sistema de pagos.

 

Si no tienes una tarjeta, probablemente quieras tenerla en algún punto para financiar un viaje, reservar un hotel, rentar un automóvil y disfrutar de la comodidad de no llevar dinero en efectivo para hacer compras grandes, cosas que, si bien no son estrictamente necesarias, su inaccesibilidad podría generar un poco de complicaciones en la vida moderna. A esto nos referimos con la “conveniencia”.

 

El modelo de negocios en este aspecto es sorprendentemente simple: por cada transacción, el sistema de pagos cobra al comerciante, normalmente entre el 1 y 6 por ciento por el derecho de usar el sistema.

 

Esto significa que, por razones prácticas, el costo de las transacciones se añade al precio de los productos o servicios de los comercios, ya sea que las personas usen o no las tarjetas, lo cual en general beneficia a la adopción y a que prevalezca este sistema de pagos.

 

La flexibilidad de las tarjetas se basa en que crean “dinero de plástico de la nada”

 

Ahora bien, las “tarjetas de débito” son otro producto “conveniente” que da acceso a una parte importante del sistema de pagos electrónico.

 

Sin embargo, en cuanto a las tarjetas de crédito, estas tienen un segundo elemento muy importante llamado “flexibilidad”. Esto significa que la tarjeta está vinculada a una “línea de crédito revolvente”. En pocas palabras, puedes usarla una y otra vez sin tener que darle explicaciones a nadie.

 

Durante mi maestría tuve el privilegio de convivir con amigos banqueros. Me causaba gracia que ellos llamaban “revólver” al crédito revolvente.

 

En la próxima entrega, te explicaré por qué este lenguaje poético tiene sentido, pero por ahora, quiero mostrarte el principio básico por el que este producto puede ser tan costoso para un usuario que no sea consciente ni responsable.

 

Supongamos que en mi cartera tengo un billete de 50 pesos que tiene la firma de la junta de gobierno y del Cajero Principal del Banco de México.

 

Esto significa que, al usarlo para pagar el café que disfruto mientras escribo esta línea, la cafetería aceptará el pago confiando en que el banco central mexicano respalda su valor. A esto se le llama “dinero fiduciario” o “dinero de fe”.

 

Es decir, en la cafetería confían en que el banco central dice que el dinero que usaré para pagarles vale lo que vale, independientemente de si soy una persona agradable, alegre, triste, o de mis opiniones sobre la política o el clima.

 

Si no tuviera mi billete de 50 pesos a la mano, quizás el mesero levantaría la ceja si le dijera que le pagaré con “dinero de plástico” (como fichas de un juego de mesa). Puede sonarte extraño, pero esto es exactamente lo que pasa cuando uso una tarjeta de crédito.

 

El mesero de la cafetería no conoce mi situación financiera personal. No sabe si soy quien digo ser ni si tengo dinero para pagar la cuenta, pero confía en que mi banco la pagará.

 

Y así, electrónicamente, se agrega una cuenta de “dinero de plástico” que ahora debo pagar al banco, cuyo trabajo entonces, es hacer un análisis de riesgo crediticio y, por supuesto, cobrar la cuenta pendiente.

 

La cafetería recibe el dinero del café que me vendió (menos el porcentaje de la transacción) y se despreocupa de hacer un análisis crediticio o de evaluar la solvencia de cada cliente, y mucho menos de la cobranza, ya que tendrá su dinero al día siguiente para continuar sus operaciones. Mientras tanto, que el banco comercial garantiza el pago inmediato por los bienes involucrados en la transacción.

 

Si te fijas bien, prácticamente, cada vez que alguien usa su tarjeta de crédito, se crea dinero nuevo en la economía “de la nada”, estableciendo una obligación para mí, que soy el usuario. Esto le da derecho al banco de cobrarme intereses bajo ciertas reglas que acepté en el contrato del producto, mientras que la obligación desaparece cuando pago mi saldo con “dinero efectivo” que proviene de mis activos.

 

Aunque la “conveniencia” le provee al sistema de una “vaquita de flujo” (Visa, Mastercard o Amex), el negocio de los bancos comerciales está en la “línea de crédito revolvente”.

 

Una de las razones por las que el producto tiene un costo tan elevado es que se trata de una deuda “no asegurada”, ya que no hay un bien o prenda que respalde esta deuda para tomarla en garantía en caso de que te tome más de 60 días en pagarla.

 

Por ejemplo, piensa en tarjetas que tienen una tasa de interés del 108 por ciento anual. Esto significa que te cobrarían un 9 por ciento por cada mes en el que haya un saldo sobre el cual se calculan intereses, y así, cada sociedad en general, tiene un riesgo dependiendo de su cultura de pago, su comportamiento y su grado de desarrollo económico, político y social.

 

Específicamente, para otorgar una tarjeta de crédito normalmente los bancos establecen una política de riesgo crediticio y luego usan algoritmos que miden el comportamiento de las personas para decidir de qué tamaño será la línea de crédito de sus clientes; esto, de acuerdo a aspectos como el ingreso y la calificación crediticia, que se calcula con base en tu comportamiento con tus deudas en el pasado.

 

En la próxima entrega entraremos en detalles de cómo funciona una línea de crédito, pero por lo pronto, me gustaría que te imagines al banquero enviándote pagarés de mil pesos a cambio de que prometas que te portarás bien y devolverás el dinero que debas en las siguientes semanas.

 

El banquero básicamente está apostando de forma realista a que te portes como una persona normal, que cambies la manera en que te ves a ti mismo para que creas que te mereces un estilo de vida más elevado del que puedes pagar, y que te inclines a la negligencia, las compras compulsivas y la extravagancia para que, finalmente, falles en tus planes financieros.

 

En otras palabras, simplemente el banquero tiene que esperar con paciencia a que tu conducta cambie lo suficiente para que tu imprudencia sea más grande que tu solvencia, siendo esto un tema de probabilidad y estadística. No lo tomes como algo personal.

 

Los banqueros cuentan con que cumplas con un poco más del mínimo necesario, pero no que pagues la tarjeta en su totalidad, para que tu “dinero de plástico” genere intereses de “dinero efectivo” y así obtengan una cómoda renta de ti.

 

Ahora bien, el banquero tampoco quiere que caigas en el impago, sino que uses la línea de crédito a niveles razonables para que el saldo promedio sea lo suficiente que le genere una renta mensual por muchos años, pero sin que caigas en una situación de demora, lo cual trae complicaciones para todos.

 

Esta es la razón por la que alrededor de este producto hay infinidad de expertos en mercadotecnia, startups, psicólogos, detectives, auditores, abogados, actuarios y policías que trabajan para que este sistema funcione. Su objetivo es que más personas lo adopten, ya sea por la flexibilidad o la conveniencia, haciendo todo tipo de variaciones en el producto para que se adapte a diferentes perfiles y necesidades de los usuarios.

 

Si quieres aprender un poco más de estas ideas que estoy planteando en el blog, te invito a que eches un ojo a mi primer artículo de “Primeros pasos hacia la riqueza alcanzable”, en el que explico los primeros principios que una persona puede poner en práctica para disfrutar de una vida llena de riquezas y no sólo materiales.

 

Por último, también te invito a que te suscribas a mi Substack, donde escribo sobre estos y otros temas de interés, ¡hasta la próxima!

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